Las enfermedades relacionadas con el estilo de vida están impulsando el COVID-19, según The Lancet
Las enfermedades relacionadas con el estilo de vida están impulsando el COVID-19, según la revista médica británica The Lancet. Esta afirmación la hizo el editor de dicha publicación, Richard Horton, médico y licenciado en Fisiología por la Universidad de Birmingham, quien también dijo que “necesitamos un cambio radical de dirección para enfrentar” este problema.
“Hay dos categorías de enfermedades que interactúan dentro de poblaciones específicas: la infección por el coronavirus (SARS-CoV-2) y una serie de enfermedades no transmisibles (ENT). Estas condiciones se agrupan dentro de los grupos sociales de acuerdo con patrones de desigualdad profundamente arraigados en nuestras sociedades”, remarca Horton.
“Limitar el daño causado por COVID-19 -continúa- exigirá mucha más atención a las ENT y la desigualdad socioeconómica de lo que se ha admitido hasta ahora. El número total de personas que viven con enfermedades crónicas está aumentando: abordar el coronavirus significa abordar la hipertensión, la obesidad, la diabetes, las enfermedades cardiovasculares y respiratorias crónicas y el cáncer”.
“La suma de estas enfermedades en un contexto de disparidad social y económica exacerba los efectos adversos de cada enfermedad por separado. La naturaleza de la amenaza que enfrentamos significa que se necesita un enfoque más matizado si queremos proteger la salud de nuestras comunidades”, destaca el experto.
Por otra parte, los datos del informe Global Burden of Disease muestran que enfermedades prevenibles como la obesidad, la hipertensión arterial y la diabetes tipo 2 han hecho que el mundo sea más vulnerable al coronavirus. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la prevalencia global de obesidad casi se triplicó entre 1975 y 2016.
“El aumento de tres décadas en las enfermedades prevenibles ha llevado a una situación en la que los gobiernos y las organizaciones de salud pública deberían reevaluar la forma en que están tratando de abordar la pandemia, ya que han adoptado un enfoque demasiado estrecho cuando se trata de manejar este brote del SARS-CoV-2”, concluye Horton.
Los adultos jóvenes, que son obesos, hipertensos y portadores de Covid-19 tienen un mayor riesgo de que su cuadro se agrave, según un estudio
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Incluso la obesidad leve puede agravar un cuadro de COVID-19
Está comprobado que incluso la obesidad leve podría agravar el cuadro de COVID-19 y llevar a la muerte, según un artículo publicado en la Revista Europea de Endocrinología, para el cual los investigadores estudiaron a 482 pacientes que estaban internados por esta enfermedad en el Hospital Sant’Orsola de Bolonia, en Italia.
Poco más de una quinta parte tenía un índice de masa corporal (IMC) mayor a treinta, es decir que eran levemente obesos. Esto demostró tener relación con un mayor peligro de padecer insuficiencia respiratoria durante el COVID-19, y de entrar en terapia intensiva. Quienes tienen un índice mayor a cuarenta ya se los considera gravemente obesos.
Sin embargo, un IMC de 35 “aumenta dramáticamente el riesgo de muerte”, señalan los investigadores. En efecto, del 20% de la muestra que padecía COVID-19, el 30% murió dentro de los treinta días siguientes a la aparición de los síntomas. El equipo de científicos, además, notó que algunos pacientes eran jóvenes.
Recientemente, en junio se conoció un estudio codirigido por el cardiólogo David Kass del Hospital Johns Hopkins de Baltimore que prueba que en las poblaciones con una alta prevalencia de obesidad, el COVID-19 afecta a aquellos que son más jóvenes.
“Si sos joven y terminás hospitalizado con COVID-19, es muy probable que seas obeso. Estos pacientes son menos propensos a tener otras comorbilidades importantes como hipertensión, enfermedades cardíacas e incluso diabetes, por lo que la obesidad puede ser el factor principal que afecte su cuadro”, afirma Kass.
Por su parte, “algunas personas dicen que tener más peso dificulta la respiración, especialmente cuando estás enfermo”, comenta el director de la Unidad de Enfermedades Metabólicas de la Universidad de Cambridge, Stephen O’Rahilly, y opina que el riesgo proviene del hecho de que la grasa produce y regula las hormonas.
“Los obesos generan de más proteínas ‘de complemento’. Estas pueden desencadenar una coagulación sanguínea fuera de control, lo cual es un problema en enfermos con COVID-19 grave”, indica O’Rahilly. Además, cuenta que ellos tienen niveles más bajos de adiponectina, una hormona que protege los pulmones de la inflamación.
Ante estos nuevos conocimientos, algunos políticos han manifestado su preocupación, como la alcaldesa Claudia López de Bogotá, Colombia, que decretó la atención especial en pacientes con obesidad, o el primer ministro británico Boris Johnson que anunció un paquete de reformas para regular la publicidad y venta de comida chatarra.
Una investigación de la Universidad de San Pablo alerta por la inactividad física causada por la cuarentena
Investigadores de la Facultad de Medicina de la Universidad de São Paulo (USP), Brasil, publicaron un estudio en el American Journal of Physiology en el que se advierte por los efectos que puede generar la inactividad física. “El sedentarismo puede contribuir al deterioro de la salud cardiovascular incluso en períodos cortos de tiempo”, afirma la investigación.
“Una persona necesita entrenar al menos 150 minutos en ritmo que vaya de moderada a intensa por semana para ser considerada activa, de acuerdo con las pautas de la Organización Mundial de la Salud y las sociedades médicas. La actividad física realizada en el hogar parece una alternativa interesante para esto”, dice Tiago Peçanha, primer autor del estudio.
Algunos de los experimentos realizados en el marco de la investigación mostraron, por ejemplo, que mantener a una persona en cama durante 24 horas puede inducir a una atrofia cardíaca y a una reducción significativa en el calibre de los vasos sanguíneos durante una y cuatro semanas.
También en el estudio se realizaron pruebas en los que voluntarios se mantuvieron sentados continuamente durante períodos de tres a seis horas. El tiempo de inactividad fue suficiente para promover los cambios vasculares, el aumento de los marcadores de inflamación y el índice glucémico posterior a la alimentación.
“Estos primeros cambios observados en los estudios son funcionales, es decir, el corazón y los vasos sanguíneos de voluntarios sanos comenzaron a funcionar de manera diferente en respuesta a la inactividad física. Sin embargo, si la situación continúa, la tendencia es que se conviertan en cambios estructurales, más difíciles de revertir”, explica Peçanha.
Según los investigadores, si las personas sanas pueden sufrir las consecuencias por no ejercitarse, el impacto de la inactividad física prolongada puede ser más perjudicial para las personas con enfermedades cardiovasculares y otras afecciones de salud crónicas, como diabetes, hipertensión, obesidad y cáncer.
En el caso de los ancianos, también puede agravarse la pérdida generalizada de masa muscular -una condición conocida como sarcopenia- y aumentar el riesgo de caídas, fracturas y otros traumas físicos. “La gente más vulnerable a los efectos del sedentarismo también forma parte del grupo de riesgo COVID-19 y, por lo tanto, deberán protegerse en casa”, dice Peçanha.
“Idealmente, deberían encontrar estrategias para mantenerse activos, ya sea haciendo tareas domésticas, caminando al jardín, subiendo escaleras, jugando con sus hijos o bailando en la sala de estar. La evidencia científica indica que hacer ejercicio en el hogar es seguro y efectivo para controlar la presión, la composición corporal, la calidad de vida y el sueño” agrega el autor.
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