En búsqueda del océano azul

Con una propuesta de valor clara, diferente e innovadora, un gimnasio puede navegar aguas inexploradas, con poca competencia y con márgenes más generosos. Un gimnasio es un espacio que permite a sus usuarios hacer ejercicio físico luego de abonar una cuota que les da derecho a utilizar sus instalaciones. Las propuestas que ofrecen los gimnasios varían según la amplitud del local, la disponibilidad de equipos, las disciplinas brindadas, la tecnología, el personal, los amenities, etc. Si bien las características descriptivas y técnicas de este tipo de espacios de fitness son fáciles de identificar, no sucede lo mismo con sus propuestas de valor. De qué estamos hablando La propuesta de valor es la estrategia que tiene como objetivo maximizar la demanda a partir del diseño de la oferta, basándose en los atributos y beneficios que sean más valorados por los clientes a partir de satisfacer sus necesidades y deseos. Siempre con base en una relación mutuamente beneficiosa y sostenible para ambas partes. De no existir, o si no se comunica claramente la propuesta de valor, los clientes y potenciales clientes perciben al gimnasio como un “commodity”, es decir un producto o un servicio genérico, sin diferenciación cualitativa, es decir que pasa a ser “uno mas”. Esta situación provoca que la elección del consumidor se base en el análisis de variables cuantitativas, como pueden ser el precio o la ubicación. Esto coloca al gimnasio en un contexto llamado “océano rojo”, un concepto asociado a mercados en los que prevalecen ideas usadas, a servicios conocidos, y con un alto nivel de competencia. En ese tipo de contextos, habitualmente los actores apuestan por estrategias de precios bajos, lo cual implica involucrarse en un negocio de volumen, donde el margen de rentabilidad es reducido y en el que no todos son aptos para competir y subsistir. El hecho de ser elegidos por variables como precio o por ubicación configura un perfil de cliente “precario” o con un bajísimo nivel de fidelización, ya que existen altas probabilidades de que esos usuarios tomen la decisión de reemplazar el gimnasio ante cualquier propuesta más satisfactoria respecto de dichas variables. Por el contrario, la definición de una propuesta de valor clara, con un diferencial, coloca al gimnasio en un plano distinto, el del llamado “Océano Azul”, donde la competencia es inexistente o escasa, donde pueden encontrarse márgenes de utilidad más generosos. Allí no se lucha por mantenerse, sino que se disfruta y se crece con más rapidez. El “Océano Azul” es un espacio poco nada explorado, con altas perspectivas para los que ingresen primero. En esas aguas no se ofrece lo que se demanda hoy, sino algo mejor. Pero, ¿cómo identificar un Océano Azul”? Diferenciarse a través de la innovación Partiendo de la conocida frase “lo único constante es el cambio”, inferimos que tanto los mercados, como los competidores y los consumidores son dinámicos. Es decir que cambian sus formas, sus posicionamientos y sus preferencias de manera constante. La relación entre el ser humano y los cambios es de amor-odio, pero es esa dinámica la que incentiva a la sociedad a la mejora continua. En este escenario, optar por el status quo implica quedar fuera de competencia. No importa cuántos gimnasios existan en el mercado, el consumidor suele preferir ese que es diferente y ofrece algo novedoso. Como lo mencioné, la propuesta de valor es un conjunto de beneficios o atributos por los que los clientes eligen una empresa en vez de otra. Existen diferentes formas de diferenciarse como pueden ser: por personalización, por desempeño o por status. Sin embargo, la innovación es una de las herramientas más poderosas para diferenciarnos. El concepto de innovación está relacionado con la introducción de novedad. Es decir que implica generar cambios o modificar elementos existentes con el fin de mejorarlos para agregar valor a los consumidores. Si bien existen prejuicios entorno a este concepto, la innovación no es ni debe considerarse como algo exclusivo de las grandes empresas. Tampoco es sinónimo de alta tecnología, ni siquiera algo necesariamente costoso. Innovar es encontrar nuevas formas de crear valor para el consumidor o usuario final. Si bien es cierto que hacerlo demanda recursos, esto no significa que harán falta grandes volúmenes de dinero, pero sí que se necesitarán recursos como la creatividad, el pensamiento estratégico, el tiempo, la observación, el desarrollo de prototipos y análisis. Hoy en día la gestión de la innovación se desarrolla a través del “desing thinking”, una metodología originaria del mundo del diseño, que fomenta la creatividad y facilita los procesos de innovación en las empresas, ya sea en materia de productos o de servicios, en el modelo de negocio, en la gestión y en el marketing, entre otros aspectos.

El freno a la innovación

La incorporación de las nuevas tecnologías a la vida cotidiana de las personas es una clara realidad. Valoradas por el nivel de autoservicio que ofrecen a los usuarios, todavía son muchos los operadores que se resisten a incorporarlas a sus gimnasios.
Vivimos una época de rápida transformación en la que las nuevas tecnologías forman parte de nuestra vida cotidiana, en un uso cada vez más normalizado y extendido. Sin duda,  la llegada de los “smartphones” marcó un antes y un después en nuestra forma de actuar e interactuar.
Esos teléfonos inteligentes son cada vez menos teléfonos y más instrumentos de gestiones personales, desde los que realizamos transferencias, consultamos el correo electrónico, reservamos un hotel o vendemos un mueble de segunda mano de forma ágil, atractiva y segura.
Sabemos que el autoservicio es un elemento de satisfacción por sí mismo. A efectos prácticos, valoramos muy positivamente la flexibilidad que nos proporciona poder realizar cualquier gestión desde nuestro teléfono. No sólo en cuanto a la optimización del tiempo. Emocionalmente, es un claro elemento de motivación y de refuerzo personal y social.
Sin embargo, podemos detectar que ese cambio –ya producido en el plano personal– va un paso por detrás cuando hablamos de empresas u organizaciones. En muchos casos, seguimos confeccionando estadísticas en hojas de cálculo, atendemos telefónicamente las reservas anotándolas en papel y realizamos inscripciones y ventas de forma exclusivamente presencial. Todo ello es, sin duda, un freno a la innovación.
¿Por qué es así? Muchas veces los gestores valoramos erróneamente la digitalización de un proceso establecido como una pesada tarea y una carga de tiempo. Desconociendo que quizás resulte más sencillo de lo que solemos pensar a priori y sin tener una previsión clara de los beneficios que dicho cambio conlleva a corto plazo, no sólo económicos.
En cualquier caso, debemos pensar en ello como una apuesta por la innovación que  no sólo nos refuerza en marca y posicionamiento, sino que nos alinea con una realidad social de clara tendencia.
Por supuesto, será muy bien recibido por parte de nuestro equipo ya que, además de proporcionarles herramientas de trabajo más ágiles y de renovar su motivación, tendrán una imagen de mayor modernidad, solidez y solvencia de la empresa y el proyecto en común.
CRM (Customer Relationship Management), softwares de gestión de reservas, plataformas de inscripciones online o portales de e-commerce son algunas de las herramientas que van a quitar el freno a la innovación. Hay más. Y vendrán más aún…
Previsión de datos de acceso a internet según dispositivos.