De creencias, dioses y marcas

Durante toda su existencia el hombre necesitó creer en algo para sobrellevar su vida, para resolver sus dudas existenciales. En esa búsqueda ha pasado por religiones, sectas, dioses, caudillos y más, según cada época, intentando “encontrarse” y saber quién es.

En la sociedad actual, compleja e impersonal, el ser humano tiene aún más la necesidad de encontrar respuestas. Es en esta sociedad donde la gente manifiesta esa búsqueda primitiva a través de sus consumos.

Quienes ven a las marcas como un “simple” detalle capitalista, propio del modernismo del consumo, quizás se estén perdiendo buena parte de lo que le pasa a las sociedades.

No podemos decir que las marcas remplacen a Dios, sería exagerado, pero sí que reúnen buena parte de la fe de los consumidores modernos, que se convierten en fanáticos y creyentes de sus marcas.

Así, las empresas que ganan no son aquellas que diseñan sus marcas como una simple denominación de lo que venden, sino las que le dan a su comprador mucho más que el uso del producto o del servicio, sino que le agregan un valor simbólico y una razón para creer en esa marca.

Diseñar una marca moderna implica entonces:

  • Crear un “sistema de creencias”
  • Dotarla de una historia interesante, casi mítica, con la cual los clientes se identifiquen;
  • Crearle rituales para que el cliente viva experiencias y emociones con su marca;
  • Darle un idioma (en los nombres de los productos, en el lenguaje de la marca) propio;
  • Y crearle símbolos que transmitan valor (lamanzana, las tres tiras, los arcos dorados).

Por ello, los buscadores de creencias siguen a sus marcas y disfrutan de sus ritos, se emocionan con ellas, las “aman” y están dispuestos a defenderlas y recomendarlas.

En definitiva, no es más que otra forma de lo primitivo, del hombre en búsqueda de su identidad y de sus respuestas, aunque ahora no a través de deidades, sino de los productos y de las marcas… esos dioses modernos.

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