Gimnasios, entre las plazas y el #modoclande
La escena es triste: dos profes, dos colegas, increpándose ante la mirada atónita de sus alumnos. Se disputan la propiedad de un espacio público, de un rincón en una plaza que es de todos y de nadie a la vez. Y mientras tanto, tres rateros aprovechan su descuido y haciendo alarde de un excelente estado físico se escabullen velozmente arrastrando algunas tobilleras.
Pero los profes siguen discutiendo. Uno argumenta haber llegado primero y que eso le da derecho a usar ese espacio. El otro dice tener su gimnasio justo en frente de esa plaza y que, por lo tanto, el derecho es suyo. Y en el fragor de la disputa, dos inspectores los interrumpen para advertirles que solo pueden usar el suelo, pero que no deben tocar bancos ni rejas.
No muy lejos, un pequeño grupo de propietarios y trabajadores de gimnasios auto-convocados realiza una clase de funcional frente la Municipalidad en reclamo por su reapertura. Son pocos, muy pocos, se ven solos y se sienten más solos aún. Gritan que “el ejercicio es salud” y que son parte de la solución, pero es en vano, nadie los escucha.
“Los bares siguen abiertos”, se quejan algunos. “No tuvimos ni un contagio”, repiten otros. “Si nos cierran, que por lo menos nos den alguna ayuda”, murmura un grupito. Y la generosa respuesta de los funcionarios no se hace esperar: exención del pago de un mes de ABL y de ingresos brutos; y un subsidio único de 45 mil pesos. Limosnas que no alcanzan para nada.
Los reclamos contrarreloj de ordenanzas que reconozcan como esencial a la actividad física se amontonan sobre los escritorios de algunos legisladores amigos. Y en paralelo, un grupo de gimnasios junta firmas de adhesión entre colegas, profes y clientes para buscar respuestas en una Justicia que antes de molestar con sus fallos prefiere declararse incompetente.
Entretanto, el ala más combativa se llama a la resistencia: “ocho meses estuve cerrado el año pasado, yo no cierro más”, amenazan. Y por la tarde, una faja de clausura decora la puerta de entrada de algunos de esos gimnasios, que además son multados y ponen en riesgo su habilitación. Sucede que la clandestinidad sin el aval de un funcionario público es ilegal.
Porque el bacalao se suele cortar en un lúgubre despacho blanco que decora con ironía una bandera nacional. “Ustedes abran, pero mantengan el perfil bajo, porque no queremos problemas con Provincia”, dice el Intendente sin sonrojarse. “Pero cuidado con las denuncias de vecinos –advierte- porque si cae la Policía, nosotros no podemos hacer nada”.
Entonces, mientras algunos se disputan un pedacito de una plaza, otros tantos sumidos en la desesperación eligen el camino más riesgoso y encienden el “#modoclande” de trabajar, como delincuentes: con las persianas bajas, solo con clientes antiguos, sin atender el teléfono y con la música apenas perceptible, no sea cosa que un vecino rencoroso los mande al frente.
Y así, entre las plazas y la clandestinidad, la historia se repite. Pero esta vez no hubo sorpresas, porque aún lo más optimistas sabían que esto podía suceder. Y no se confundan: ésta no es la segunda parte de nada, es la primera que nunca se terminó. Así que revisemos qué hicimos y fracasó, para descartarlo; y qué hicimos y funcionó, para mejorarlo y repetirlo.
Podemos quejarnos, reclamar, maldecir, llorar y buscar culpables, pero no puede ser eso lo único que hagamos. Todo tenemos que dedicar parte de nuestro día a pensar, proponer, construir, negociar, unir, estudiar, concientizar, y a educar. En definitiva, éste es momento de actuar. Porque cuando estás entre la espada y la pared, tu única salida es la espada.